Dolor versus sufrimiento

“El sufrimiento evita el contacto con el dolor; al fin y al cabo, preferimos sufrir antes que aceptar y sentir el dolor. El sufrimiento es una capa externa que desquicia, que lo vuelve a uno incongruente. Es un acto irracional que, bien nos induce a la parálisis, o bien nos vuelve hiperquinéticos. El dolor es estar en contacto con lo que sentimos: con nuestras carencias y nuestra esencia.”                                

Guillermo Borja,  La locura lo cura.

Estamos inmersas e inmersos en un ambiente en el que lo común, lo cotidiano, es una focalización hacia el bienestar tratando de evitar así todo tipo de experiencias (internas o externas) que generen emociones de tono hedónico negativo, es decir, desagradables. Buscamos casi constantemente vivencias que nos resulten gratificantes y placenteras  y si es a corto plazo mejor aún. Pues bien, el objetivo de este artículo no es hacer una crítica de la búsqueda del bienestar en sí, sino más bien es elaborar una argumentación del por qué eso de intentar escapar de las emociones desagradables puede ser contraproducente y en lugar de acercarnos a sentirnos bien nos suele empujar a lo contrario. Es decir, este texto pretende exponer un breve resumen de algunos de los motivos por los que  para poder alcanzar ese bienestar, es necesario sentirse mal a veces.

Algo fundamental para ello es la distinción entre dolor y sufrimiento. El dolor es algo inherente a la vida. Es así, no está mal sentir dolor, no es patológico aunque sea incómodo y si se maneja bien es una sensación temporal. A lo largo de nuestros días nos exponemos a situaciones desagradables y dolorosas, que impactan emocionalmente en nosotros y nosotras. Pues bien, desoír estas sensaciones desagradables, resistirse a sentirlas o eludir su importancia implica directamente no atendernos a nosotras mismas, rechazar el peso de nuestra experiencia, negarnos nuestras necesidades y por ende impedir también su satisfacción. Las emociones dolorosas llegan pues para cumplir determinadas funciones, para avisarnos de que hay algo que no va bien, algo a resolver o a aceptar cuando la resolución es imposible. Si no nos sumergimos en ellas, las escuchamos, las abrazamos y nos las dejamos estar desde la aceptación, de lo único que vamos a tener garantía es que el objetivo para el que llegaron no se cumplirá. Y precisamente, al no haber alcanzado el propósito para el que surgieron, no se irán, se quedarán con nosotras e incluso su intensidad se hará mayor. Lo que tendremos en el momento de escapar de ellas es una pasajera y falsa sensación de bienestar o de ausencia de malestar puesto que nuestra atención estará puesta en otras cuestiones, normalmente fuera de nuestro mundo interno. Si en cuanto empiezo a sentir tristeza, angustia o soledad, me focalizo, por ejemplo, en realizar un montón de actividades que me distraigan de esas sensaciones tan incómodas, no estoy atendiendo a mi experiencia interna, me estoy distrayendo de ella, y seguirá conmigo hasta que la mire (hasta que me mire, mejor dicho).

Ese manejo disfuncional del dolor es lo que nos lleva precisamente al sufrimiento, ytiene que ver por lo tanto con nuestra reacción ante este daño. El sufrimiento, por paradójico que pueda sonar, se relaciona con la evitación del dolor. Como he señalado, las emociones que no son atendidas no se van. De esta manera mientras no seamos responsables de nuestro dolor y asumamos un rol pasivo en la gestión del mismo, estaremos acercándonos al sufrimiento. Al hacer esto también nos colocamos en un rol de víctima (de las circunstancias o de los demás) y en la queja, tendiendo a culpar a lo externo a nosotros y a nosotras de lo que nos ocurre y por lo tanto alimentando la falsa creencia de que no podemos hacer nada por modificar cómo nos sentimos, y a la vez no terminamos de aceptar ese dolor, pues no nos permitimos sentirlo plenamente. Luchamos contra él sin haberlo siquiera mirado. Más bien estamos mirando hacia fuera y desde ahí esperamos que los demás vean lo mal que lo estamos pasando. El sufrimiento tiene pues un componente exhibicionista y puede ser escandaloso. Suele ocurrir también que desde el sufrimiento es desde donde demos vueltas a lo mismo una y mil veces, desde donde nos planteemos muchos de los porqués inútiles “¿por qué a mí?, ¿por qué así?, por qué yo?”. Parece claro que esta actitud nos deja estancados en un mismo punto del que no logramos salir, siendo así no es sorprendente que el sufrimiento sea más prolongado que el dolor.

El dolor, por el contrario, es silencioso e íntimo. Cómo decía anteriormente, esto guarda relación con experimentar el contacto con lo que sentimos, con nuestra tristeza, nuestra angustia o nuestra soledad. Nos une al presente, a nuestro aquí y ahora. Volviendo a G. Borja, “el dolor no tiene comprensión, sólo tiene aceptación; en el dolor se acaban los porqués”, es pues irracional, emoción pura.

¿Implica lo dicho que tengo que abandonarme al dolor? Definitivamente no. Esto más bien conlleva  que tengo que cuidarme activamente en mi dolor y responsabilizarme de mí. Y para ello tengo que llevar a cabo un proceso de regulación emocional adecuado.

A continuación propongo algunos pasos para asumir una actitud saludable ante el dolor :

  • Pararme y mirar hacia dentro, hacia nosotras y nosotros, hacia nuestras sensaciones.
  • Permanecer en contacto con ellas, etiquetar y poner nombre a nuestras emociones, sin juzgarlas y sin juzgarme por sentirlas.
  • Dado que las emociones nos comunican necesidades, preguntarnos qué necesidad me está diciendo esa emoción que no está cubierta. ¿Qué estoy necesitando? Es importante tomarnos el tiempo que haga falta para respondernos.
  • Tras haberme permitido contactar con ese dolor y saber qué necesito, quizá pueda hacer algo para satisfacer esa necesidad. En otras ocasiones la única opción posible es asumir que no se puede hacer nada, en estos casos la alternativa es la aceptación y la elaboración de la pérdida o de aquello que nos gustaría que fuese y no será.

Tras exponer las diferencias entre dolor y sufrimiento y volviendo al tema con el que iniciaba el artículo, es decir; la búsqueda del bienestar, se entenderá ahora mejor la relación entre dolor y bienestar. Este término no implica la felicidad constante, pero desde luego parece evidente que sí es algo opuesto al sufrimiento. Y si la manera en que nos manejamos con nuestro dolor determina nuestro nivel de sufrimiento, parece claro que una gestión adecuada del dolor – cuestión que como se ha comentado está muy lejos de huir de él- guardará una correlación directa con nuestro nivel de bienestar.

Cristina Albo Mulas.

Psicóloga Sanitaria Nº Col.: M-32247.

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