Manejo de emociones a través de los alimentos: el hambre emocional

Por todas/os es conocida la agradable sensación -y además inmediata- que genera la ingesta de algún alimento que sea de nuestro gusto. Tanto es así que, a veces, sin darnos mucha cuenta, en situaciones de alta intensidad emocional, implementamos como estrategia de afrontamiento el consumo de algún alimento. Esto es lo que conocemos como ingesta o hambre emocional: recurrir a la comida como forma o intento de regular nuestras emociones.

La asociación entre comida y regulación emocional también cobra sentido si pensamos en la clásica escena en la que un bebé angustiado es calmado mediante el alimento.

Es cierto que los bebés lloran por hambre, sueño o porque necesitan un cambio de pañal. Sin embargo, no siempre son esos los motivos que les llevan a desregularse y/o reclamar la presencia de un adulto. Cuando demandan dicha presencia es para que les ayude a satisfacer alguna de sus necesidades. La cuestión es que los bebés –los seres humanos- tienen más necesidades además de las de nutrición, higiene y sueño. No obstante, cuando el bebé es calmado mediante el “ritual” de alimentación, puede acabar asociando el alimento con su nuevo estado de serenidad. En realidad probablemente sea la presencia de su figura de apego lo que de verdad le está ayudando a calmarse y no tanto el alimento. De este modo se hace posible para el bebé asumir que la comida es un camino para hacerle frente a un panorama emocional inquietante.

Por otro lado observemos como son las celebraciones de fechas, acontecimientos o eventos en general. Estas habitualmente se llevan a cabo a través de ágapes en los que la presencia de comida es la clave. Así, celebración y alegría, guardan relación y conllevan consumo de alimentos.

Considerado lo dicho, se comprende que la ingesta emocional es común y tiene sentido si tenemos en mente la simbología que para el ser humano tiene la comida. Esta ingesta, en un plano práctico y de entrada no tiene por qué suponer un problema. Sin embargo, se torna negativa cuando el repertorio de habilidades para afrontar nuestras emociones es escaso y se sustenta básicamente en “consolarse” mediante “caprichos culinarios”. Un extremo de esto es el comer compulsivamente, los atracones o comer con ansiedad.

¿Cómo manejar el hambre emocional? Algunas ideas:

1- Distinguir el hambre fisiológica del hambre emocional. Una de las grandes diferencias entre ambas es que con el hambre fisiológica hay sensación de saciedad. Cuando lo que determina la ingesta tiene más que ver con nuestras emociones, comer no siempre aminora el deseo de seguir consumiendo el alimento. Otra diferencia, es que el hambre física, aparece paulatinamente. El hambre emocional puede aparecer de manera repentina. Además, habitualmente el hambre emocional nos lleva a consumir determinados tipos de comida, en general considerada menos saludable.

2- En lugar de huir de ellas, tomar consciencia de qué emociones se están sintiendo. Ser capaz de ponerles nombre es, además de un buen comienzo, esencial.

3- Identificar y reflexionar acerca del motivo que nos lleva a sentirnos desea forma, ¿cuándo empecé a sentir esa emoción?, ¿qué ha ocurrido para que me sienta así?

4- Encontrar estrategias alternativas a la comida que nos ayuden a sostener dicha emoción sin silenciarla. En función de qué emoción se sienta, se podrá implementar una estrategia u otra. Por ejemplo, si nos sentimos ansiosas/os, una buena alternativa podría ser la actividad física o técnicas de relajación.

5- Llevar a cabo un cambio de hábitos generales en cuanto a la alimentación. Para empezar es importante asumir que la comida no es un premio ni un castigo y actuar conforme a ello en la máxima medida. Otras sugerencias son:

  • Comer despacio. Esto ayuda a ser más consciente de la acción que se está realizando (comer) y a captar antes la sensación de saciedad.
  • De la mano del punto anterior: alimentarse de manera consciente. Significa que, mientras comamos, pongamos el foco en cómo nos sentimos, no sólo emocionalmente, también en las señales que nos envían nuestros sentidos y nuestro organismo.
  • Intentar no tener alimentos prohibidos. El restringir cierto tipo de alimentos va a empujarnos a tener un deseo “irrefrenable” de ellos que fácilmente emergerá en los momentos de vulnerabilidad emocional. En esos instantes costará mucho no sucumbir ante lo prohibido y tener un atracón. Paradójicamente, cuando el alimento no está “prohibido”, nos será más sencillo consumirlo de manera menos descontrolada.

Lo dicho son solo algunas sugerencias globales y su utilidad dependerá de muchos factores. Sin duda en muchas ocasiones será complicada la aplicación de las ideas que aquí constan o directamente se necesite de un trabajo previo para hacerlo. No todo el mundo va a ser capaz de manejar por si solo este “síntoma”. Cada persona cuenta con unas particularidades que hacen que aparezca y se mantenga este tipo de ingesta y las claves genéricas no siempre sirven. Si sientes que tu relación con la comida es problemática y necesitas ayuda, no dudes en acudir a especialistas que te guíen en ese proceso.

Cristina Albo Mulas.

Psicóloga Sanitaria Nº Col.: M-32247.

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