Hospitalismo: la importancia del afecto desde el inicio de la vida.

Actualmente pocas personas pondrán en cuestión la importancia del afecto en el desarrollo del ser humano. Está demostrado el impacto que los primeros vínculos causan en la salud en general, es decir, la vertiente física, emocional y cognitiva. A estas ideas cada vez se les asigna mayor peso, sobre todo desde aquellos espacios en los que se trabaja por el cuidado y la educación de menores. Pero aunque sea ahora cuando más visible es esta concepción del desarrollo del ser humano, estas propuestas existen desde hace mucho tiempo. El concepto de hospitalismo da cuenta de lo mencionado.

Un poco de historia:

En el siglo XIII, Federico  II de Prusia, con el objetivo de tener un ejército compuesto por “perfectos soldados” (sin sentimientos compasivos), ordenó un experimento. Este rey mandó construir un edificio de maternidad en el que los bebés estaban totalmente cubiertos en lo que a higiene y alimentación respecta. Pero el personal que les atendía tenía prohibido dar a esas criaturas la más mínima muestra de cariño o afecto. A las pocas semanas de iniciarse este experimento, todos los bebés habían fallecido a pesar de que los requisitos de higiene y nutrición se cumplían.  El fallecimiento de estos niños se explicó en aquellos momentos como consecuencia de alguna epidemia, aunque las condiciones de esa “maternidad” fuesen lo más asépticas posibles.

Con el paso del tiempo llegaron avances científicos y médicos, y se modernizaron los centros en los que los niños y niñas se encontraban internados/as. La calidad en la alimentación que se ofrecía era mayor y las infecciones estaban más controladas. No obstante, los bebés y niños continuaban mostrando dificultades en estos centros. Los síntomas eran diferentes en función de la edad de los niños y niñas y del tiempo que permanecían internos. Los bebés y niños/as pequeños/as, manifestaban síntomas físicos como por ejemplo pérdida de peso o retraso motor. Los síntomas de los niños y niñas un poco mayores se relacionaban con un retraso en el desarrollo psíquico.

En el siglo XIX algunos pediatras empezaron a sospechar que quizás el cuadro que estos niños y niñas mostraban tenía que ver con factores emocionales. Ya se propuso entonces que la falta de atención, amabilidad, cariño, protección y afecto estaba en la génesis de las dificultades de esos/as pequeños/as. Sin embargo, el primero el estudiar de un modo sistemático dichas afecciones fue el médico y psicoanalista René Spitz a principios del siglo XX.

Las conclusiones de René Spitz:

En el estudio más difundido que realizó R. Spitz comparó a dos grupos de niños internados en condiciones diferentes. Inicialmente se comprobó que los menores que participaron en el estudio tuviesen un buen estado de salud. En ambos grupos las condiciones de higiene y alimentación eran parecidas. El grupo A estaba compuesto por hijos/as de reclusas y vivían en la guardería del centro penitenciario. Estos menores fueron criados de manera continua por sus madres. El grupo B lo formaban niños y niñas que fueron criados y alimentados por sus madres sólo hasta los tres meses. A partir de ese momento fueron internados en un orfanato sin sus progenitoras y siendo atendidos por una niñera que cuidaba de unos diez bebés simultáneamente. La afectividad en los cuidados que recibió este grupo, en comparación con el grupo A, era nula.

Las observaciones duraron hasta que los niños tuvieron 4 años. La mayor parte de criaturas del grupo B que alcanzaron los 4 años no aprendieron ni a hablar ni a caminar. De este grupo, casi el 40% había fallecido en los dos años que siguieron al inicio del estudio. Dentro del grupo A no falleció ninguno de los menores en el tiempo que se les estuvo observando. Estando todos los bebés en las mismas condiciones en lo que a alimentación e higiene respecta, la única diferencia era la carencia afectiva. La ausencia de un/a cuidador/a que atendiese y sintonizase con las necesidades emocionales de los bebés hizo que gran parte de la muestra del grupo B se dejase morir.

¿Qué es el hospitalismo?

En la actualidad el hospitalismo se considera un síndrome que se da en niños y niñas pequeños/as a consecuencia de la separación de sus figuras de apego e internamiento en alguna institución. El origen del cuadro está en la ausencia de afectividad en el cuidado de esos niños y niñas. Se han identificado tres fases tras la separación:

  • En la primera fase los bebés lloran y se vuelven exigentes.
  • En la segunda fase gritan, hay una pérdida de peso y su desarrollo se interrumpe.
  • En la tercera fase se aíslan, rechazando el contacto en general.

Una vez alcanzada la tercera fase, si la ausencia de afectividad en el vínculo con los niños y niñas se prolonga, se da una regresión en el desarrollo motor y un deterioro generalizado. Si la situación no se solventa, los niños y niñas llegan a morir como Spitz apreció en sus observaciones.

Manifestaciones del hospitalismo:

Las alteraciones inherentes al hospitalismo afectan en tres áreas: la somática, la intelectual y en la estructura de personalidad. Algunas de estas dificultades son:

  • Retraso en el desarrollo general.
  • Dificultades o ausencia de lenguaje.
  • Conducta antisocial, agresividad y hostilidad, dificultades para acatar normas y reglas.
  • Impulsividad.
  • Humor inestable.
  • Tendencia a imitar la conducta de otros.

Durante la infancia los niños/as se nutren más de una relación afectuosa con su figura de apego que de los cuidados más puramente instrumentales. Sin una presencia cariñosa, que empatice con lo que el bebé siente, le acompañe y le mire, el desamparo es tal que la salud se debilita profundamente. Es pues esa primera relación la que le servirá al niño/a para establecer relaciones no solo con los demás, sino consigo mismo/a. La que le dará la confianza básica para poder permanecer en el mundo y saber quién es.

Cristina Albo Mulas.

Psicóloga Sanitaria Nº Col.: M-32247.

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