15 Dic Resiliencia
Cuando la vida nos hiere, ¿Qué hacemos? O quedamos heridos para toda la vida y hacemos carrera de víctima, o buscamos cómo volver a vivir de la mejor manera posible. Y ésta es la definición de resiliencia: ¿Cómo volver a la vida después de un trauma psíquico?
Boris Cyrulnik
¿Qué es la resiliencia?
En los últimos años unos de los conceptos psicológicos más empleados por la población general es el de resiliencia. Pero, ¿qué es exactamente la resiliencia?, ¿qué factores tienen que darse para que se ponga en marcha esta habilidad antes, durante y tras un acontecimiento que nos daña?, ¿cómo podemos fortalecer esta capacidad? El objetivo de este artículo es dar respuesta de manera sucinta a algunas de estas cuestiones e incitar a la lectora y al lector a la reflexión sobre el término en general.
Empecemos pues estableciendo una definición del término que complete la propuesta en la cita de la introducción. La R.A.E propone como primera acepción en la definición de la resiliencia: Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. Es por lo tanto una capacidad, cuya función es la adaptación del organismo vivo ante un evento como poco angustioso.
Si bien esta definición recoge algunas de las características del concepto, deja fuera que para que una adaptación se considere resiliente, la persona en quien ha impactado el evento traumático, debe, como dice Cyrulnik, “volver a la vida” en su expresión más amplia. No es resiliencia si sigo viva (en términos puramente físicos) pero soy incapaz de actuar como si lo estuviese, si estoy desconectada de mi entorno, algo así como anestesiada, no disfruto con nada y me invade la desidia. No es resiliencia si hay estancamiento, la resiliencia guarda relación con el crecimiento postraumático.
En términos generales, podemos decir que la resiliencia tiene que ver con la habilidad de sobreponerse al dolor y la desgracia y continuar viviendo y conectando con experiencias que nos generan bienestar (y a veces inevitablemente malestar).
Factores que influyen en la resiliencia
Ahora parémonos a reflexionar sobre los factores que influyen en esta capacidad. En las circunstancias que han podido marcar la diferencia entre personas resilientes y no resilientes. Para ello, haré una clasificación de posibilidades antes, durante y tras la ocurrencia del acontecimiento que colisiona dañinamente con la estructura de la persona.
– Antes: aquí tienen lugar los llamados factores de protección. Si creemos en nosotras y nosotros mismos, en nuestra capacidad para hacerle frente al día a día y a la adversidad, confiamos en nuestras emociones y podemos confiar también en la gente que nos rodea, es decir, el mundo nos parece un lugar en el que poder estar bien usualmente, y además poseemos facilidad para expresarnos y contamos con personas para hacerlo, contamos con un buen pronóstico ante eventos adversos.
– Durante: si la circunstancia tiene que ver con una agresión, algo a tener en cuenta de cara a conocer su impacto en nosotros y nosotras es ¿Quién nos ha agredido? Si el agresor o la agresora es alguien lejano o lejana, nos repondremos de mejor modo y más fácilmente que si es una persona cercana o alguien en quien confiamos, pues en este caso, además de los efectos perniciosos del ataque, como mínimo nos sentiremos traicionados y traicionadas (por esa persona en particular y extrapolaremos esta visión al ser humano en general, a quien es posible que empezamos a percibir como alguien capaz de dañarnos) y por ende cuestionaremos la conveniencia de confiar en los demás.
Si el evento doloroso guarda relación con un desastre natural o accidente, las probabilidades de “volver a la vida” -en términos de resiliencia- son mayores que en el caso de ser agredida o agredido por otro ser humano.
– Después: si conseguimos obtener apoyo afectivo de nuestro entorno, las consecuencias del impacto serán, como mínimo, un poco más tenues y llevaderas. Al contar con personas capaces de acompañarnos en nuestro relato sobre lo acontecido y darnos permiso para narrarlo y poner palabras a lo sucedido, estamos mucho más cerca de sobreponernos al desastre. Si nos aislamos, es más probable que nos centremos en darle vueltas al acontecimiento, de manera improductiva y sin añadir nada nuevo a nuestra visión. Si podemos compartirlo estaremos más cerca de darle sentido a nuestra experiencia, de modo que formará parte de nuestra historia, se integrará en ella aunque duela. Además, mientras seamos capaces de conectar y sostener ese dolor, no necesitaremos recurrir a mecanismos que nos anestesien y –aunque no sea fácil ni cómodo- acabaremos colocando el acontecimiento doloroso.
En conclusión
De lo dicho hasta aquí, se deduce que las características de la herida o cicatriz que queda tras un hecho traumático, dependen no tanto del suceso en sí, sino de la estructura de personalidad previa y del manejo posterior. Y la resiliencia va de eso, de relacionarse con ese daño inherente a la vida del mejor modo, dadas siempre unas circunstancias individuales. El propósito está lejos de hacer como que nada ha ocurrido, taparlo, esconderlo y callarlo. No, justamente los secretos en este sentido suelen hacer que el malestar se enquiste y el dolor se multiplique.
En este punto y para concluir, quisiera comentar algunas indicaciones genéricas que podrían ser útiles para fomentar una actitud resiliente.
– Es importante que cuentes con personas que puedas proveer de apoyo ante situaciones de adversidad.
– Asume las situaciones difíciles como algo inherente a la vida y, aun siendo así, en muchas ocasiones como algo pasajero.
– Entiende los cambios como algo normal y que no tienen por qué ser negativos a largo plazo. La vida es dinámica y por tanto la estabilidad es ilusoria.
– No caigas en la inacción o el autoabandono. Ante la adversidad lo ideal es asumir nuestra parte de responsabilidad de cara a resolver lo que esté en nuestra mano, aunque a veces sea limitado. Asimismo, en muchas ocasiones hay que aceptar que gran parte de la responsabilidad no corre de nuestra cuenta.
– Intenta ser amable contigo. No te culpes si no eres culpable y no te castigues con situaciones hipotéticas y enredándote en los “y si…” – “y si hubiese estado allí”, “y si no hubiese dicho tal cosa”, etc.- Escúchate, identifica tus necesidades y planifica el mejor modo de satisfacerlas cuando sea posible. En resumen, cuídate.
Cristina Albo Mulas.
Psicóloga Sanitaria Nº Col.: M-32247.
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